domingo, 13 de mayo de 2012

Un tributo a la amistad


    Durante todos los años de convivencia en el Instituto, era práctica corriente rezar la Bendición de San Francisco al comenzar o terminar una celebración. Más que un rezo, al menos así yo lo sentía, era realmente un deseo de Paz y Bien que anhelaba para todas  las personas presentes a través de esa Bendición.
   
    Poco a poco al acercarme más a la filosofía de vida franciscana pude conocer, entre otras cosas, de dónde provenía, y así supe que se trataba de la Bendición escrita por San Francisco para Fray León en un pequeño pergamino y que es uno de los tres autógrafos que se conservan de él. Los otros dos autógrafos son las Alabanzas del Dios Altísimo (que se conserva, al igual que la Bendición a Fray León, en la Basílica de San Francisco de Asís), y una carta personal que San Francisco escribió al mismo Fray León.
   
    Durante mucho tiempo… con ese dato me bastó para sentir que cada vez que nos reuníamos el espíritu franciscano de fraternidad estaba presente entre nosotros a través de ese rezo. Pero seguramente algo me quedaba pendiente, porque comencé a preguntarme por qué San Francisco había tenido ese gesto tan personal y a la vez tan exquisitamente delicado con Fray León, y por supuesto que la respuesta era simple: tendría que investigar y eso hice. El resultado… una sorprendente visión de ese gesto que va más allá de una Bendición.
  
    ¿Quién fue Fray León? Fray León de Asís era un sacerdote que llegó a ser el más célebre de los compañeros de Francisco de Asís, uno de sus predilectos y más amados. Alrededor del año 1211, Fray León se unió a Francisco y junto a Angelo y Rufino, constituyeron los famosos Tres Compañeros que hicieron una narración conjunta de su vida, compilada en 1246, aunque el primer biógrafo de San francisco fue Tomás de Celano, otro de sus seguidores, entre 1229- 1247 y hay una célebre leyenda de San Buenaventura, que apareció alrededor de 1263.
  
    Según los historiadores, San Francisco tuvo a Fray León como confesor, confidente de sus secretos, inseparable secretario por ser conocedor del latín y suficientemente culto, y también su enfermero.

   Así comienzo a desentrañar el misterio. Durante quince años Fray León y Francisco compartieron la vida, iban de lugar en lugar cantando su gozo, llamándose trovadores del Señor. Dormían en pajares, grutas, pórticos de iglesias, y trabajaban a cambio de su paga, realizando las faenas más humildes e insignificantes, hablando a los pobres con palabras de esperanza que el mundo no había escuchado en mucho tiempo. Cuando no les daban trabajo, mendigaban. Realizaron viajes misioneros por Europa, especialmente Italia, y también a Oriente. Practicaron los  votos de obediencia, pobreza y castidad, con un énfasis especial en la pobreza, la que Francisco quiso que fuera la característica de su orden. Superaron juntos dificultades y enfermedades, pero fundamentalmente permearon sus vidas con el amor de Cristo y dedicaron sus esfuerzos a imitarlo.

    En agosto de 1224, Fray León fue uno de los que acompañaron a Francisco al Monte Alvernia donde, según los escritos de Buenaventura y otros documentos de la época, el “pobre de Asís” recibió los estigmas de Cristo y Fray León habría sido el testigo más próximo a Francisco en el momento de su estigmatización y el que dejó  una narración simple y clara del milagro. Describe las manos y pies del Santo atravesados por clavos negros de carne cuyas puntas estaban dobladas hacia atrás y el costado derecho como mostrando una herida abierta que se veía como si hubiera sido hecha por una lanza.

    Imposible fue a Francisco ocultar por mucho tiempo el milagro obrado en su cuerpo; las llagas le producían tan vivos dolores hasta en sus más mínimos movimientos, que necesariamente se veía forzado a recurrir al auxilio de los otros. Para que Francisco pudiese mover las manos y los pies, alguien tenía que encargarse de aplicarle vendas en la parte saliente de los clavos, y esta tarea le fue confiada a Fray León  con el que San Francisco llegó a tener la delicadeza excepcional de permitirle que le tocara sus sagradas llagas cuando le cambiaba las vendas manchadas con su sangre, lo cual era para Fray León un ritual en el que se mezclaban el gozo y el dolor.

     A pesar del sufrimiento, después de la estigmatización Francisco se sentía en toda la plenitud de la alegría cristiana, mientras su mejor y más íntimo amigo padecía cruelísima tentación, no corporal, sino espiritual, y según las fuentes bibliográficas que poco hablan de este tema, guardaba la esperanza profunda de que las palabras del Señor junto a algún manuscrito del hermano Francisco le retornarían la calma.

    Francisco se dio cuenta de lo que pasaba en la conciencia de su amigo, y un día lo llamó para pedirle que le trajera un pedazo de pergamino, pluma y tinta; Francisco se puso a escribir el poema  Alabanzas del Dios altísimo, volvió la hoja y en el dorso y con letra de grueso perfil, según la interpretación de los biógrafos de Francisco de Asís el Espíritu de Dios lo inspiró, y así escribió para su fraile las siguientes palabras, copia de la bendición del antiguo patriarca Aarón (Libro de los Números 6, 24-27): 

“El Señor te bendiga y te guarde; te muestre su faz y tenga misericordia de ti. Vuelva su rostro a ti y te dé la paz”.
 Y luego terminó así la escritura: “El Señor te bendiga, hermano León”.

   Después puso la firma, pero no escribiendo su nombre, sino estampando la Tau debajo de la cual dibujó una calavera sobre un monte. Acto seguido tomó el pergamino y se lo dio a León, diciéndole: “Toma para ti este pliego y consérvalo cuidadosamente hasta el día de tu muerte”. Recibir León el papel, prorrumpir en lágrimas y disiparse sus siniestros pensamientos, todo fue obra de un solo instante, según narra Tomás de Celano (2C. 49).

   Fray León anotó posteriormente en ese pedacito de pergamino una serie de acotaciones autobiográficas con tinta roja: “El bienaventurado Francisco escribió de su puño esta bendición para mí, hermano León”. Y debajo del cráneo apuntó: “También de su puño hizo el signo TAU y la cabeza”.

     Siguiendo el consejo de Francisco, Fray León conservó celosamente el manuscrito con la bendición hasta su propia muerte, acaecida el 13 de noviembre de 1271. Ese pergamino, tan pequeño como sencillo y en el cual se notan claramente los dobleces en cuatro, y el roce con la túnica de Fray León, quien lo guardó mejor que el más preciado talismán ya que la bendición que contenía le había devuelto la alegría y la paz, es uno de los testimonios fidedignos, no sólo de la espiritualidad de Francisco, sino también del afecto profundo y del reconocimiento que le profesó a Fray León. 

   Francisco legó a Fray León también su hábito, quizá el más precioso de los legados. Poco antes de morir, el 3 de Octubre de 1226, Francisco le dijo a Fray León: “Esta túnica es tuya”.

    Dos amigos… unidos por el amor a Dios, la vivencia del Evangelio y un profundo afecto, creo que ya no hay nada más para agregar.

   



 Que esta Bendición, que conlleva un verdadero tributo a la amistad, llegue también a ti  inundando tu corazón de alegría y paz.
   



                                                                                                         María Adela Pon



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