miércoles, 25 de abril de 2012

Un Santo Patrono muy especial


     En 1883Monseñor Bracq Obispo de Gante, dio a la Congregación el nombre de “Hermanas Franciscanas de Gante”, les prescribió las Santas Constituciones  en la forma como hasta hoy se observan y las puso bajo la protección especial de San Francisco de Asís.
 
    ¿Quién no ha sentido nombrarlo alguna vez o no lo ha reconocido  en alguna estampa o imagen? ¿Quién no ha visto a muchas instituciones identificarse con su nombre? Muchos conocen de su vida y la Oración Instrumentos de tu Paz que dudosamente se le atribuye, ha recorrido el mundo durante siglos. 

     Su biografía la podemos encontrar fácilmente, tal vez para ubicar su época podría decir que el fundador de la Orden Franciscana, nació en Asís, en la Umbría en 1181 o 1882, no se tiene un dato exacto. Allí mismo murió, el 3 de Octubre de 1226; pero seguramente lo más importante es consignar la esencia de su mensaje, y para ello voy a recurrir a dos Franciscanos que se ocuparon de estudiar y escribir sobre su vida y su espiritualidad.
 
      Un día leyendo uno de los Cuadernos Franciscanos, Chile, 1989 Nº 86, encontré un escrito de Urbano Plentz, ofm donde hace  una semblanza de San Francisco que no puedo dejar de compartir, por eso transcribo en apretado resumen, algunas ideas extraídas de ese texto.
     
    “Es el santo, incómodamente próximo a nosotros en su manera tan humana de ser; y es el hombre tan increíblemente lejano de nosotros en su santidad provocadora y profética. Es el santo que provoca la admiración y es el hombre que obliga a la imitación. Y todo eso armónicamente integrado en un hombrecito tan pequeño e insignificante, que nunca pisó una universidad para hacer estudios, pero que se tornó materia de estudios en muchas universidades actuales. Francisco, que nunca aceptó ser identificado con algo que fuese grande o importante, pero que hoy es considerado como uno de los mayores santos de la historia, uno de los mayores genios de la poesía universal y el mayor profeta de todos los tiempos en la predicación del Evangelio y, principalmente, del “mandamiento nuevo de Cristo”, o sea, del amor a todos los hombres, y a todas las criaturas del universo cósmico.
 
   Ese hombrecito, tan común y simple, y al mismo tiempo tan extraordinario y diferente, que encanta y cautiva, a lo largo de ocho siglos, a la humanidad entera. Personas simples y analfabetas, así como los sabios y los grandes genios de la humanidad, todos se paran delante del Pobre de Asís. Unos le piden una gracia o un favor, otros intentan descubrir su maravilloso secreto para vivir. Católicos y protestantes, hombres de fe y ateos, científicos y teólogos, materialistas y místicos, todos sienten una extraña fuerza que los atrae hacia ese hombre diferente. Es una fuerza que todos sienten, pero que pocos saben explicar. Es una influencia que muchos perciben, pero que pocos llegan a imitar.

   San Francisco no era el tipo para organizar un tratado metódico sobre un determinado asunto. No era el hombre de la ciencia, sino de la sabiduría de vida. No codificó conocimientos, sino que vivió intensamente el Evangelio, en su seguimiento radical de Cristo.

  Pero sus vivencias fueron, al mismo tiempo, tan profundas y transparentes, que entre sus seguidores surgieron quienes fueron sistematizando las líneas de fuerza de la vida del fundador. Apareció así una de las más bellas filosofías de vida, que comenzó a ser llamada de “Vida Franciscana” o “Visión Franciscana de la Vida”.  PLENTZ, Urbano, ofm. San Francisco y la naturaleza. Cuadernos Franciscanos, Chile, 1989 Nº 86.   
 
   Esta Filosofía de Vida la podemos descubrir si hurgamos en los muchos escritos dejados, fruto de sus relaciones con las órdenes fundadas por él (reglas, cartas y exhortaciones), de sus ansias de apostolado (cartas encíclicas) y de su piedad y devoción incontenible (alabanzas y oraciones). Algunos fueron escritas por él mismo, otros por su fiel secretario fray León, bajo su dictado. Juntos forman una documentación imprescindible para conocer mejor su vida, pensamiento y espiritualidad.

    Otro Franciscano, Pascual  Robinson, también describe en forma cautivante la vida de San Francisco en una de sus obras y por ende su pensamiento y espiritualidad. David Robinson nació en Irlanda el 26 de abril de 1870, se crió en los Estados Unidos y murió el 27 de agosto de 1948. Robinson, hijo de un periodista, comenzó su carrera cuando era adolescente en ese mismo ámbito. Se convirtió en un Franciscano en agosto de 1896 y fue enviado para estudiar en Roma, bajo su nuevo nombre, Pascual. Se ordenó sacerdote en 1901. En 1902  recibió el Grado de Doctor en Sagrada Teología y comenzó a enseña. Su primer libro, El Real de San Francisco lo publicó en 1903,  Algunas páginas de la historia franciscana en 1905,  Los Escritos de San Francisco en 1906 y  La vida de Santa Clara en 1910.  Fue editor asociado de la Archivum Franciscanum Historicum y contribuyó a la Enciclopedia Católica. En 1914 se le conocía como "uno de los historiadores vivos más importantes de la Edad Media".
    
   “Pocos santos han exhalado el "buen aroma de Cristo" con tanta intensidad como él. En Francisco había, además, una caballerosidad y una poesía que daba a su extramundaneidad un cierto encanto romántico y una singular belleza. Otros santos fueron percibidos en vida como enteramente muertos al mundo, mientras que Francisco estuvo siempre en contacto con el espíritu de su época. Se deleitaba con las canciones provenzales, se regocijaba ante la recién adquirida libertad de su ciudad, y sentía un cariño especial por lo que Dante llama el agradable sonido de su amada tierra. El exquisito elemento humano que era parte del carácter de Francisco era la clave de su simpatía cautivadora. Ella puede ser llamada su don característico. Como dice un antiguo cronista, en su corazón encontraba refugio todo el mundo. De modo especial el pobre, el enfermo, el que había caído, constituían el objeto de su solicitud. Teniendo como tenía Francisco, nulo interés en los juicios del mundo sobre él, siempre fue muy cuidadoso de mostrar respeto por las opiniones de todos y de no ofender a nadie. De ahí que siempre advertía a sus frailes de utilizar mesas baratas, para que "si algún mendigo hubiese de sentarse junto a ellos pudiera sentir que estaba entre iguales y no sintiese vergüenza por su pobreza".
     
    La devoción de Francisco por consolar a los afligidos lo hicieron tan condescendiente que no tenía temor de morar con los leprosos en sus sucios lazaretos y de comer con ellos en el mismo plato. Pero, sobre todo, era su trato con aquellos que erraban lo que revelaba el verdadero espíritu cristiano de su caridad. "Más santo que cualquier santo" escribe Celano, "entre los pecadores era uno de ellos". En una carta a cierto ministro de la orden, dice Francisco: "Si hubiera un hermano en el mundo que hubiese pecado, sin importar qué grande haya sido su culpa, no permitas que se vaya, después de haber visto tu rostro, sin mostrarle piedad. Y si él no busca misericordia, pregúntale si no la desea. Por eso conoceré si tú me amas a mí y a Dios". Según la noción medieval de justicia el malhechor estaba más allá de la ley y no había necesidad de serle fiel. De acuerdo a Francisco no sólo se debía ser justo aún con los malhechores, sino que la justicia debía ser precedida por la cortesía como por un heraldo. La cortesía, indudablemente, en el concepto del santo, es la hermana menor de la caridad y una de las cualidades del mismo Dios, quien "por su cortesía", según declara, "da su sol y su lluvia al justo y al injusto". Francisco siempre trató de inculcar este hábito de cortesía entre sus discípulos. Escribe: "Quienquiera que venga a nosotros, sea amigo o enemigo, ladrón o bandido, debe ser recibido amablemente", y la fiesta que preparó para el bandido hambriento en el bosque del Monte Casale bastan para mostrar que "él actuaba como enseñaba". Incluso los animales encontraban en Francisco un amigo tierno y un protector. Lo encontramos arguyendo con la gente de Gubbio para que alimentara al fiero lobo que había devastado sus rebaños porque era "a causa del hambre" que el "Hermano Lobo" había hecho ese daño. Las primeras leyendas nos han legado una imagen idílica de cómo las bestias y las aves por igual, susceptibles al encanto de la gentileza de Francisco, entablaban amable compañía con él; cómo la liebre perseguida buscaba atraer su atención; cómo las abejas medio congeladas se arrastraban hacia él en el invierno para que las alimentara; cómo el halcón salvaje revoloteaba a su alrededor; cómo la cigarra le cantaba a él con dulce contento en la huerta de encinas en las Carceri, y cómo sus "pequeñas hermanas aves" escucharon tan devotamente su sermón a la orilla del camino cerca de Bevagna que Francisco se amonestó a si mismo por no haber pensado antes en predicarles. El amor de Francisco por la naturaleza también aparece patentemente en el mundo en el que él vivía. Le encantaba comunicarse con las flores silvestres, la fuente cristalina, el amistoso fuego y saludar al sol cuando se levantaba sobre los bellos valles de Umbría.

   Igualmente atractiva que su ilimitado sentido de compañerismo era la sinceridad abierta y la simplicidad sin sofisticación de Francisco. "Queridos míos", comenzó una vez un sermón luego de una severa enfermedad, "debo confesar a Dios y a ustedes que durante la Cuaresma pasada he comido pastelillos hechos con manteca". Y cuando un guardián insistió que Francisco llevara una piel de zorra bajo su raída túnica para calentarse, el santo accedió con la condición de que otra piel del mismo tamaño fuera cosida en la parte exterior. Pues era para él de primera importancia no esconder de los hombres lo que era conocido para Dios. "Lo que un hombre es a la vista de Dios", gustaba de repetir, "es todo lo que es y nada más"- dicho que pasó a la "Imitación" y que ha sido citado frecuentemente. Otra característica atractiva de Francisco que inspira el más profundo afecto fue su inquebrantable rectitud de propósito e incesante búsqueda de un ideal. "Su más ardiente deseo durante su vida", escribe Celano, "fue buscar siempre entre sabios y sencillos, perfectos e imperfectos, los medios para caminar la senda de la verdad". Para Francisco, la más verdadera de las verdades era el amor. De ahí su hondo sentido de responsabilidad personal hacia sus amigos. El amor de Cristo, y de éste crucificado, permearon toda la vida y el carácter de Francisco, y él puso su principal esperanza de redención y superación para la humanidad sufriente en la imitación literal de su Divino Maestro. El santo imitó el ejemplo de Cristo tan literalmente como estuvo a su alcance; descalzo y en total pobreza proclamó el reino del amor. Esa heroica imitación de la pobreza de Cristo fue quizás la marca distintiva de la vocación de Francisco, y fue él sin duda, en palabras de Bossuet, el amador más ardiente, más entusiasta y desesperado de la pobreza que el mundo haya visto. Lo que más odiaba Francisco después del dinero fue la discordia y la división. La paz, por lo tanto, se convirtió en su palabra clave. La patética reconciliación que logró en sus últimos días entre el obispo y el potestado de Asís es sólo un ejemplo entre muchos de su fuerza para apaciguar las tormentas de la pasión y restaurar la tranquilidad a los corazones destrozados por las pugnas civiles. El deber de un siervo de Dios, declaró Francisco, era levantar los corazones de los hombres y llevarlos a la alegría espiritual. A ello se debía que el santo y sus seguidores se dirigían a la gente no "desde las bancas de los monasterios o con la cuidadosa irresponsabilidad del estudiante enclaustrado", sino que "vivían entre ellos y batallaban con los males del sistema bajo el que la gente gemía". Trabajaban a cambio de su paga, realizando las faenas más humildes e insignificantes, hablando a los pobres con palabras de esperanza que el mundo no había escuchado en mucho tiempo. Así fue como Francisco echó un puente sobre la brecha que separaba al clero aristocrático y el pueblo común, y aunque no enseñó doctrina novedosa alguna, de tal modo volvió a popularizar la que había sido dada en el monte que el Evangelio tomó nueva vida y exigió un nuevo tipo de amor.

   Tales son, en forma muy resumida, algunas de las más sobresalientes características que hacen de la figura de Francisco algo tan cautivador que todo tipo de personas se siente atraído a él con un sentimiento de apego personal. Pocos, sin embargo, de entre los que sienten el encanto de la personalidad de Francisco, pueden seguir al santo a su solitaria altura de comunión con Dios. Pues a pesar de ser un atractivo "juglar de Dios", Francisco era también un místico profundo en el sentido más auténtico de la palabra. El mundo todo era para él una escala luminosa, por cuyos escalones él ascendió hasta la contemplación de Dios. Es erróneo, sin embargo, describir a Francisco como viviendo en "una altura en la que el dogma deja de existir", y aún más lejano de la verdad es representar la línea de su enseñanza como una en la que la ortodoxia era sujeta al "humanitarianismo". La menor de las pesquisas respecto a la fe religiosa de Francisco basta para mostrar que ella abarca la totalidad del dogma católico, ni más ni menos. Si los sermones del santo eran más morales que doctrinales se debía a que él hablaba para satisfacer las exigencias de su tiempo y aquellos a quienes hablaba no se habían desviado del dogma; eran más "escuchantes" que "realizadores" de la Palabra. Fue por eso que Francisco dejó de lado los asuntos más teoréticos y volvió al Evangelio.

   También, ver en Francisco al amante amigo de todas las creaturas de Dios, al alegre cantor de la naturaleza, es pasar por alto totalmente el aspecto de su trabajo que explica todo lo demás- su lado sobrenatural. Pocas vidas han estado tan imbuidas de lo sobrenatural, como admite el mismo Renan. No hay otro lugar, quizás, donde podamos encontrar una mirada más aguda sobre el mundo interior del espíritu y, sin embargo, tan entremezclados están en Francisco lo sobrenatural con lo natural, que hasta su mismo ascetismo lo revestía a veces de romance, como lo atestigua su galanteo a la Dama Pobreza, en un sentido que llegó a dejar de ser figurativo. La imaginación particularmente viva de Francisco estaba impregnada de las imágenes de la chanson de geste, y debido a esa tendencia tan marcada al dramatismo, se deleitaba en acomodar su acción a su pensamiento. Del mismo modo, la naturaleza pintoresca del santo lo llevó a unir la religión y la naturaleza. Él halló en todas las creaturas, por más trivial que pareciesen, algún reflejo de la perfección divina, y se deleitaba en admirar en ellas la belleza, la fuerza, la sabiduría y la bondad de su Creador. De ese modo llegó a descubrir sermones aún en las piedras, y bondad en todo. Más aún, la naturaleza simple y hasta infantil de Francisco se afianzaba en la idea de que si todo sale del mismo Padre, entonces todos son parte de la misma familia. De ahí procede su costumbre de hermanarse con toda clase de objetos animados e inanimados. La personificación, por tanto, de los elementos del "Cántico del Sol" es mucho más de una figura literaria. El amor de Francisco por las creaturas no era simplemente el resultado de una naturaleza débil o de una disposición sentimental. Salía más bien de ese sentido profundo y permanente de la presencia de Dios, que subrayaba cada cosa que decía o hacía

  
   El regocijo habitual de Francisco no era el de una naturaleza irresponsable, ni la de alguien a quien no hubiera tocado el dolor. Nadie fue testigo de las batallas internas de Francisco, de sus prolongadas agonías de lágrimas, o su secreta lucha en la oración. Y si lo encontramos haciendo pantomimas de música, moviendo un par de varitas para imitar un violín y así dar rienda suelta a su alegría, también lo encontramos con el corazón adolorido por el peso de las disensiones en la orden que amenazaban con hacer encallar su ideal. Ni tampoco le faltaron alguna vez al santo tentaciones u otros malestares. La levedad de Francisco tenía su fuente en su total abandono de todo lo presente y pasajero, en la que había encontrado la libertad interior de los hijos de Dios; tomaba su fuerza de su íntima unión con Jesús en la Santísima Comunión. El misterio de la Santa Eucaristía, siendo una extensión de la Pasión, ocupaba un lugar preponderante en la vida de Francisco, y nada tenía tanta importancia en su corazón como lo que se relacionara con el culto al Santísimo Sacramento. De ahí que no sólo escuchamos a Francisco exhortando al clero para que muestre respeto a todo lo que esté conectado con el Sacrificio de la Misa, sino que lo vemos barriendo iglesias pobres, buscando vasos sagrados para ellas y proveyéndolas de pan para el altar hecho por él mismo. Tan grande era la reverencia de Francisco por el sacerdocio, a causa de su relación con el Adorable Sacramento, que en su humildad él nunca se atrevió a aspirar a esa dignidad. La humildad fue, sin duda, la virtud dominante del santo. Aunque era el ídolo de una devoción entusiasta, él nunca se consideró sino el menor de todos. Igualmente admirable en Francisco fue su obediencia pronta y dócil a la voz de la gracia en su interior, aún en los primeros días cuando su ambición aún no estaba bien definida y su espíritu de interpretación no era tan certero. Más adelante, contando con una conciencia tan clara de su misión como la que pudo haber tenido cualquier profeta, se sometió incondicionalmente a lo que constituía la autoridad eclesiástica. 

   Así, sin conflicto ni cisma, el Pequeño Hombre de Dios de Asís se convirtió en el medio de renovar la juventud de la Iglesia y de iniciar el movimiento religioso más potente y popular dsde el inicio del cristianismo. Sin duda que su movimiento tuvo un lado social así como tuvo uno religioso. Es ya un dato de la historia el que la Tercera Orden de San Francisco tuvo mucho que ver con la recristianización de la Europa medieval. Sin embargo, el propósito último de Francisco era religioso. Reanimar el amor de Dios y reanimar la vida del espíritu en los corazones de los hombres, tal era su misión. Pero porque Francisco buscó primero el Reino de Dios y su justicia, muchas otras cosas le fueron dadas. Y su exquisito espíritu franciscano, como se le llama, al ser transmitido al amplio mundo, se convirtió en una fuente inagotable de inspiración." - ROBINSON, Pascual "Los Escritos de San Francisco"- Filadelfia 1906. Traducción de Javier Algara Cossio.
  
    Durante mi vida docente: amor fraterno, paz, pobreza y amor por la naturaleza más que palabras presentes en el lenguaje cotidiano, fueron los pilares donde apoyarnos y fundamentar nuestro accionar. Algunas con más  presencia en nuestras vidas que otras por el simple hecho del objetivo de nuestro caminar por el Instituto, pero no por eso menos presentes las demás, como sustento de la filosofía de vida propuesta por San Francisco y a las que las Hermanas de la Congregación adhirieron desde su nacimiento e incorporaron al Ideario de todos los Centros Educativos donde se establecieron y siguen entregando sus esfuerzos y su trabajo.
    Los que ya no transitamos por sus galerías, por algo… buscamos reunirnos en el Colegio al menos una vez al año para el día de profesor; por algo… cuando traspasamos la reja sentimos que allí sigue estando nuestro lugar; por algo… nuestra mirada del entorno cambia cuando la posamos sobre sus muros; por algo… volvemos con alegría cuando nos convocan para compartir alguna actividad especial;  por algo… tenemos recuerdos tan vivos y queridos de nuestra permanencia allí; por algo… el Instituto sigue presente en nuestras vidas.

                                                                                                               María Adela Pon



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lunes, 23 de abril de 2012

Y Dios comienza a hilvanar mi historia …


   En el camino aprendí que Dios tiene un plan para cada uno de nosotros, sólo que como no sabemos cuáles son esos  planes… debemos dejar conducirnos por Él sin preguntar. Y así, como al descuido, nos vamos cruzando con las personas que nos ayudarán a ir recorriendo ese camino y realizar nuestro cometido. Siento que todo esto pasó en mi vida y que seguramente seguirá pasando. 

   Toda mi formación sistemática la hice en el Colegio Malvina Seguí de Clavarino (para nosotros Villa Malvina) de Gualeguaychú; y digo toda porque allí funcionó, desde el momento de su creación y por muchos años, también el Instituto del Profesorado Secundario Sedes Sapientiae donde me recibí de Profesora en Ciencias Económicas. Este Instituto del Profesorado fue fundado en abril de 1963  por Monseñor Jorge Ramón Chalup, quién también  fundó, muy cerca uno del otro, el Seminario Menor Colegio Pio XII (conocido como el Pre-Seminario). Para quien no conoce mi ciudad, estos establecimientos estaban ubicados en el Suburbio Norte de la misma, y en el tiempo de mi educación formal, era una zona bastante despoblada. “La Villa Malvina” sigue estando en el mismo lugar, pero el Seminario Menor Colegio Pio XII, con el tiempo cambió de lugar para establecerse en la calle Primera Junta Nº 75; en ese edificio funcionan hoy dos instituciones distintas: el Seminario Mayor María Madre de la Iglesia que  comenzó sus actividades en marzo de 1988 y el  Complejo Educativo Pío XII , dos instituciones diversas, autónomas,  compartiendo el mismo edificio.

   ¿Por qué cuento todo esto?  Sencillamente porque es el comienzo de mi relación con las Hermanas Franciscanas de Gante. En ese Seminario Menor estaban realizando su misión de servicio las Hnas Margarita Pittia, Jacinta Scatolaro y Josefa Folmer y el Instituto del Profesorado fue el lugar de nuestro encuentro; Jacinta cursó conmigo el primer año y después abandonó, Josefa cursaba su último año en Ciencias Económicas y Margarita comenzaba su carrera de Asistente Social. Con Margarita transitamos los cuatro años por el Instituto, si bien con carreras distintas, había materias que nos unían porque las dictaban en conjunto. 

  Así el Señor fue entretejiendo los hilos… y al terminar los estudios… la Hna Martha Cuatrin fue a buscar profesora de Contabilidad para la carrera de Peritos Mercantiles del ICR que iniciaba el quinto año de su primera promoción. La Hna Margarita me llamó, hablé por teléfono con la Hna Martha y en marzo de 1971 estaba aquí. Hermoso comienzo para una historia de vida en el ICR.
     
   Paradógicamnte, el "Sedes Sapientiae"  ya no está en la Villa Malvina sino en el Pío XII, no tiene como oferta educativa ni el Profesorado en Ciencias Económicas ni la carrera de Asistente Social... y las Hnas Franciscanas de Gante hace muchos años que ya no están  allí.

    De esa, mi llegada al ICR, tengo una anécdota grabada a fuego y que cada vez que la evoco veo cuán distintos son los tiempos, las comunicaciones, la forma de vida. Paraná era una ciudad a la cual sólo ubicaba en el mapa de la provincia, y conocía algunos lugares a través de las conversaciones con una amiga que tenía amigos y familiares acá y que me hablaba de sus paseos por el rosedal. Con la Hna Martha habíamos quedado que estaría en Paraná el 1 de marzo para una reunión de personal.
 
    Y ese día llegó. En la madrugada del mismo tomé el colectivo de la empresa Ciudad de Gualeguay con destino a Paraná, sabiendo que tenía unas seis horas de viaje. Llegué a la vieja terminal de ómnibus, estaba lloviendo y yo no tenía  idea de dónde estaba ubicado el Instituto. Así que me acerqué a uno de los taxis que estaban esperando a los pasajeros, subí al primero de la fila y con vos muy firme dije al taxista:
            -  ¿me puede llevar al Instituto Cristo Redentor?
   El taxista giró su cabeza, me miró y emprendió al ansiado viaje. Tomó por Avda Ramírez, cruzó las 5 Esquinas, cruzó la Plaza Belgrano y al llegar a Villaguay, giró en U, tomó la otra mano y llegando al Nª 2735 frenó y girando la cabeza nuevamente, con suavidad me dijo:
           -  ahí tiene su Cristo Redentor
        -  al darme cuenta del trayecto realizado, sólo atiné a preguntar ¿cuánto es? … no recuerdo la cifra, saqué la billetera y pagué.

    Tomé mi bolso, mi cartera, el paraguas y bajé del auto. Mientras caminaba por esa entrada majestuosa del edificio, no alcancé a divisar el Cristo Redentor allá en lo alto. Me acerqué a la puerta con un temblor en las piernas que me subía a todo el cuerpo, toqué el timbre y esperé. Me pareció un siglo… hasta que alguien se acercó a la puerta y abrió. Un rostro sonriente me invitó a pasar,  rostro que caminó conmigo durante muchos años y que ahora está desde hace bastante en Larroque: la Hna Irene Burchardt  y que fue mi Vice Rectora del turno tarde por un tiempo.

   Mientras cruzábamos todo el edificio central donde estaba el internado para alumnas del interior y el edificio de las escuelas primarias hasta llegar al secundario, pudimos intercambiar algunas palabras sobre nosotras. Al llegar al aula donde se estaba desarrollando la reunión, sentí que miles de ojos se posaban sobre mí, imposible describir esa situación. Pero esa rara sensación de desprotección duró muy poco… la Hna Irene hizo la presentación y, tal vez porque estaban muy cerca de la puerta, tal vez porque… Luisa Mundani de Follonier (Chola Follonier) y Ramón Solari se acercaron para darme la bienvenida y… el miedo pasó. Luego conocí a la Hna Martha y recibí el saludo afectuoso de los demás compañeros. A todo esto ya faltaba muy poco para que la reunión terminara, así que en pocas horas volví a la terminal para tomar el colectivo de regreso a mi ciudad, sólo que esta vez, a ese destino… llegué caminando.


                                                                                                                   María Adela Pon 

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domingo, 22 de abril de 2012

Un lugar especial

      
   Cuando evoco el Instituto Cristo Redentor, cierro los ojos y aparece con toda nitidez. No hay persona que no la  recuerde y su imagen no la tenga grabada a fuego. Cada vez que paso por el frente del colegio me paro para mirarla y al hacerlo parece que aún sigo allí. Tan fuerte es su presencia en mi memoria que decidí escribir este poema.

Develando secretos…




Desde afuera con claridad se divisa,
y al traspasar la reja...
como abriendo sus brazos nos invita a entrar.
Quien ha transitado detrás de los paredones
sabe de su misterioso poder especial,
es  la que aglutina, atrae y convoca
sí, a ella me estoy refiriendo…
a  la majestuosa escalera central.
Si pudiese hablar, tal vez nos contara
que entre las grietas de sus escalones,
tiene guardadas las miles de lágrimas
allí derramadas por penas de amor.
Que sabe secretos, insondables secretos,
aquellos que  los adolescentes
sólo cuentan a sus pares
porque en esos amigos pueden confiar.
Que guarda en sus oídos la música
de las risas, los gritos y aplausos
de todos aquellos, que en distintas etapas
y  por algún motivo, pudieron gozar.
Que tiene en su mente muy claras imágenes
de todas las fotos sacadas allí,
porque inmortalizaron los sueños cumplidos,
y las metas logradas con esfuerzos sin fin.
Que todos los días tiene el privilegio
de acoger complaciente a los que se acercan
para realizar respetuosos un ceremonial:
el de la bandera, de esa insignia gloriosa
que nos marca un rumbo, señala objetivos,
y que nos llena de alegría el verla flamear.
Pero imagino un tesoro que guarda celosa
y que otro rincón no puede igualar,
por el ritmo de los pasos ella reconoce
el estado de ánimo de toda persona
que en cada pisada, le imprime su impronta
y   revela “ese” su motivo, para caminar.
Por eso descubre al que la  transita
buscando una ayuda, quizás un consejo,
al que está sufriendo o al que va feliz;
al que lleva sueños, al que está llorando,
al que acarrea enojos o hermosas propuestas,
o al que los problemas superando están.
Quizás si conversara, tal vez nos diría
que tiene otra tarea que la mantiene plena,
y es por eso que sonríe dichosa
cuando el que la recorre descubre que allá,
en  lo alto, hay una Virgen que esperando está,
para entregarle  Alivio, Gracias y Bendiciones
al que por sus escalones junto a ella va.

                                                                         María Adela Pon                                            

sábado, 21 de abril de 2012

Esas incansables itinerantes del servicio…

   Alguien escribió  que “Las grandes obras de las Instituciones… las sueñan los locos santos y las realizan los luchadores natos” y el I.C.R. …es una gran Institución.
   
   Comenzamos a tejer el hilo de esta historia, allá por el año 1182 con el nacimiento en Asís- de quien fuera el Fundador de la Orden Franciscana. San Francisco de Asís imitó el ejemplo de Cristo tan literalmente como estuvo a su alcance; descalzo y en total pobreza proclamó el reino del amor. Esa heroica imitación de la pobreza de Cristo fue quizás la marca distintiva de la vocación de Francisco. Lo que más odiaba Francisco después del dinero era la discordia y la división. La paz, por lo tanto, se convirtió en su palabra clave y la humildad fue, sin duda, la virtud dominante del Santo. Aunque era el ídolo de una devoción entusiasta, él nunca se consideró sino el menor de todos. La síntesis de su espiritualidad la podemos encontrar en su Oración Instrumentos de tu Paz, que si bien no salió de su pluma, pero sí salió de su corazón. Murió en Asís, el 3 de octubre de 1226.
  

   Y Dios siguió construyendo la historia a través de Juana Teresa Crombeen  cuando el 15 de agosto de 1715, a los 63 años de edad, funda la “Reunión de Hijas Espirituales”.  El 21 de julio de 1831, con la independencia de Bélgica es reconocida como Congregación y es en 1883, que Monseñor Bracq Obispo de Gante, dio a la Congregación el nombre de “Hermanas Franciscanas de Gante”. Esta Congregación tiene como Patrono a San Francisco de Asís.

  

   En el año 1893 llegaron a la Argentina las seis primeras misioneras belgas de esta Congregación para poner en marcha, junto con Monseñor Van Damme, el Hogar la Providencia de Villa Urquiza y el 2 de octubre de 1902 el Hogar Cristo Redentor.
   
   Desde ese momento no se han cansado de entregarse generosamente con el servicio a los más necesitados y a la educación.
  
    ¿Cómo no creer que Dios va entrelazando vidas, pensamientos y acciones de grandes personas cuando uno ve las obras que nacen de sus esfuerzos y su entrega?
   
   Si hacemos un recorrido rápido de los lugares donde se han establecido las Hermanas, automáticamente podemos pensar en muchas religiosas trabajando en esos sitios y sin embargo…pocas haciendo mucho, pocas recorriendo sus obras una y otra vez, pocas siguiendo el Llamado, pocas… entregando el alma.
  
    A lo largo de  treinta años vi ese peregrinar. Tal vez no me daba cuenta de esos esfuerzos por cubrir todos los frentes porque nuestra comunicación con ellas no era tan fluida, conocíamos poco, sólo lo relacionado con la escuela y las Hermanas que trabajaban allí y que de pronto desaparecían para después volver a encontrarlas recorriendo los pasillos, o desempeñando otra función.
   
   Pero hoy, a la distancia y con tiempo para reflexionar, al pensar en ellas, surge para mí la imagen de incansables peregrinas que llevan su mensaje y  abren caminos, dedicando sus vidas y sus esfuerzos al servicio, con sus aciertos y errores, pero sin importarles desde qué puesto lo hagan y en qué condiciones, simplemente porque hicieron carne en ellas ese mensaje de hacer brillar la Luz con esa entrega, porque es su vocación y son sus dones que ponen al servicio de los demás simplemente … porque a los demás les hace falta. 

                                                                                                                                                       María Adela Pon


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