jueves, 23 de octubre de 2014

Juntos...


    Estuvieron presentes desde el primer día en mi mente y en la mayoría de los escritos que he publicado en este blog, pero creo que llegó el momento de dedicarles algunas palabras en particular… a mis queridos alumnos.

   Desde un 15 de marzo de 1971 fui construyendo mi mundo junto a ellos… y durante 30 años, aunque cada uno por poco trecho de su incipiente camino por la vida, me permitieron acceder a los suyos.

   Cuando ingresé al Instituto comenzaba el primer ciclo lectivo para el 5º año de Perito Mercantil (Sección Comercial), apenas había cinco años de edad de diferencia entre esos alumnos y yo, y muy pocos más con los que ingresaban a su 1º año. Yo traía mi entusiasmo… y ellos aceptaron la propuesta. Una propuesta que en la que basamos todo nuestro trabajo desde el principio, con reglas claras de convivencia, la ubicación de los actores con sus roles…. y un límite… el que no se podía transgredir… el del respeto.

   Con ellos y su aceptación de la propuesta fui entendiendo que podía… que era posible que vocación y profesión lograran fusionarse para conseguir que mis sueños se hicieran realidad… que podía ir aumentando sus conocimientos y vivencias transmitiéndoles los míos y que ellos podían guiarme para acompañarlos en su transitar por esa etapa tan difícil pero a la vez tan maravillosamente cautivante como es la de la adolescencia… y así fue desde el comienzo… reiniciando la experiencia con cada grupo que ingresaba… teníamos cinco años para trabajar juntos enriqueciéndonos mutuamente con la tarea compartida.

    Y así fueron arribando alumnos y otros levantando vuelo, y entre esos recambios… juntos  fuimos descubriendo que cada vez estábamos más implicados  en un proceso en el que diariamente poníamos a prueba nuestra capacidad de trabajar para hacernos merecedores de ese respeto respondiendo al compromiso asumido el uno con el otro… y ellos pusieron el esfuerzo.

   Y así… juntos… fuimos comprendiendo que en cada clase había algo más que una transmisión de conocimientos y habilidades… una exigencia mayor estaba en juego… hacernos  cada vez más responsables de nuestras actitudes y nuestras respuestas frente al otro… y tenía que comenzar por mí… educar con el ejemplo… y fue así que  con ellos y  las características de su edad… yo fui aprendiendo. Y en ese aprendizaje ellos también se involucraron… y juntos fuimos reafirmando las bases del respeto.

   El tiempo que transcurre… los valores instalados en la sociedad modificándose lentamente… pero con mis alumnos nos esforzamos para seguir  manteniendo las bases de ese acuerdo sin importar el lugar de nuestro encuentro… cambiamos seguramente la forma de expresar ese miramiento, acatamiento, atención, deferencia y rendimiento con que se manifiesta ese valor que es el respeto… pero no su esencia,  porque con ellos… yo fui madurando. Sería muy ingenuo y hasta infantil pensar que todo fue fácil, sin controversias y fluyendo naturalmente justo en una etapa muy conflictiva para ellos… la etapa del descubrimiento de la propia identidad y del logro de la autonomía individual… pero… con esa madurez ellos también se involucraron porque fueron comprendiendo que uno no nace con el respeto incorporado… el respeto se enseña y se fomenta y que el actuar con responsabilidad conlleva reflexionar, orientar, valorar y asumir las consecuencias de nuestros actos… porque en esos actos que vamos realizando está implicada  la valoración de nuestra propia dignidad…  y la del  otro.

  Y ese respeto así entendido, sobre el que cimentamos  nuestra tarea de enseñanza aprendizaje, fue el que nos permitió a ellos y a mí, crecer y madurar al mismo tiempo. Yo con mi bagaje de recursos puestos a su servicio… y ellos con su impronta, su difícil período de crecimiento, pero con la opción  de ubicar los espacios para dar  respuestas a las obligaciones asumidas en el tiempo que eligieran… una opción… que desde el comienzo sabían que estaba impregnada de una responsabilidad intransferible… la honra de ese acuerdo.

  Ya van más de cuarenta años de mi primer día en el colegio, y catorce que yo también levanté vuelo… y en cada recodo del camino en el que nos cruzamos ellos y yo…  a veces con una relación más profunda que logramos establecer a través del tiempo, o simplemente por un encuentro casual o una convocatoria especial para el reencuentro… en ese saludo, en ese acercamiento, en ese contacto por internet o en ese abrazo… flotan en el aire las bases de ese acuerdo. 

   Cómo no sentirme plena si ellos contribuyeron a ser esta persona que soy hoy y me impulsaron a lograr que vocación y profesión pudieran fusionarse para conseguir que mis sueños se hicieran realidad. Seguramente por eso en la elección de la dirección de mi correo electrónico no dejé de consignar esa palabra que encierra una opción de vida,  el destino de mi accionar y que ellos me ayudaron a dignificarprofesora. Cómo no mirar hacia atrás agradecida si cada uno de ellos me permitió entrar a cultivar y enriquecer su mundo y al mismo tiempo modificar y fortalecer el mío…  juntos… como no podía ser de otra manera… ellos, yo… y ese límite que ninguno podíamos transgredir… el del respeto.






                                                                                                                     María Adela Pon

martes, 7 de octubre de 2014

Hacedores de su vida… custodios de su historia



   Cuando llegué al Instituto en 1971, comencé a mirar “ese lugar” desde otra perspectiva. Traía en mi valija un montón de sueños… y en mis manos… un puñado de papeles que acreditaban mi competencia para empezar a formar parte de esa Institución.

    Allí estaban como Secretaria la Hna Celine Quatacker, una Hermana belga que llevaba el nombre de Hna de Montfort y que había llegado a Argentina  en 1953 con 24 años; y como Prosecretaria la Hna María Teresa Van Opstal formada en el Noviciado de Paraná. Dos Hermanas… Bélgica y Argentina… reunidas en un lugar y en una tarea…  fueron las depositarias de “esas”… mis credenciales… las que guardaron cuidadosamente en “mi Legajo personal”.  Ellas fueron las primeras protectoras de mi biografía… porque desde que llegaron a sus manos dejaron de ser simplemente papeles… para transformarse en la historia de mi vida docente contada de un modo único y particular.

   En ese Legajo comenzaron lentamente a plasmarse los hechos acontecidos en mi vida relacionados con mi vocación y accionar docente. Allí puedo encontrar  los cambios  en mi  situación de revista durante 30 años a través de las innumerables Certificaciones de Servicios, desde la primera hasta la última que presenté al iniciar los trámites para mi jubilación; allí están las Constancias de los sucesivos Cursos de Perfeccionamiento realizados, contando así mi crecimiento en el orden profesional y cuyos frutos se fueron reflejando en las Hojas de Concepto para el Personal Docente … Pero también en ese Legajo están escritos los momentos trascendentes que tienen que ver con mi vida personal. Sé que puedo encontrar entre sus hojas las Licencias otorgadas… la que indica el momento de la formación de mi familia  cuando comencé a transitar un nuevo camino de la mano de mi marido… la que anunciaba el nacimiento de mi hija… las que fueron contando los momentos de enfermedad… las que consignaron la partida de mis seres queridos… todo está allí.

   Pero sé que si sigo mirando… y si abro las puertas de los armarios… la vida de la Institución y de los miembros de la comunidad del I.C.R. irá apareciendo lentamente ante mis ojos. Infinidad de Legajos,  Libros de Actas de Reuniones Generales y por Áreas, Libros de Actas de Exámenes, Registros de Asistencia del personal y alumnos, Planillas de Calificaciones elaboradas por los docentes, Registros de Calificaciones anuales elaborados por los preceptores, Libros Matrices, Archivos de los distintos Proyectos Institucionales puestos en marcha, Reglamentaciones y comunicaciones recibidas y enviadas… me la irán contando… porque detrás de cada papel allí archivado… hay una historia. 

   Por eso sé que si hasta allí me acerco podré recordar a mis alumnos… sus esfuerzos, sus logros y sus frustraciones… y hasta podría observar sus caras y reconocerlos si me pusiera a mirar detenidamente las fotos que han dejado como testimonio de sus viajes de egresados y que están adornando las paredes de la Secretaría.

   Por eso sé que si hasta allí me acerco podré reencontrarme con mis compañeros de ruta para revivir  momentos compartidos… con sólo husmear en sus legajos o listados buscando direcciones y teléfonos para comunicarnos.

   Por eso sé que si hasta allí me acerco podré desandar el camino para hablar de todo lo sucedido tras los muros de mi querido Instituto desde su nacimiento… y no solamente lo sé… es lo que he podido hacer… contar la historia… a veces desde mis recuerdos… y otras muchas desde los papeles celosamente guardados en ese lugar.

   La Hna Celina (fallecida en el año 2007) y la Hna María Teresa (que en la actualidad vive atendida y muy cuidada en Casa Van Damme que es el hogar para las Hermanas ancianas)  se fueron en su momento del Instituto para ir a cumplir sus tareas en otros destinos, pero otras personas siguieron sus pasos con el mismo empeño y la misma responsabilidad. Por eso pude compartir mi camino, en el turno de la mañana, con las Secretarias Nélida Manfredi, Olga Callieri de Pross, Claudia Varisco y desde el 1 de abril de 1987  con  María de los Ángeles Barrientos de Cettour una muy querida ex alumna que hasta la fecha continúa en esta función. Y en el turno de la tarde, el trato cotidiano me llevó a compartir con las Prosecretarias Teresita Ábrigo (otra querida ex alumna), la Hermana Miguelina, Silvia Alba de Lalloni, Alicia Romero y desde el 14 de Octubre de 1991 con Inés Susana Green que a la fecha se encuentra realizando los trámites para su jubilación.

   Por eso sé que si hasta allí me acerco podré encontrar el mismo silencio en medio del trabajo, el mismo respeto en medio de la búsqueda de soluciones, la misma responsabilidad en el cumplimiento de las obligaciones aún en medio de los cambios y de las tormentas

   Pero fundamentalmente también sé… que a la distancia… podré esperar tranquilamente el llamado convocándome para seguir participando de esos acontecimientos muy caros a nuestros sentimientos y recuerdos; un llamado que siempre llega porque… en “ese lugar”… están la Secretaria, Prosecretaria y Personal Administrativo del ICR… incansables hacedores en papeles de su vida… protectores de nuestros huellas… atentos vigilantes de la memoria comunitaria… fervorosos custodios de su historia.

   Y por todo esto sé… que no puedo terminar este escrito sin dejar de repetir lo que muchas veces he consignado en este blog ¡¡¡Gracias Mery e Inés, sin la ayuda de ustedes proporcionándome los datos que necesitaba en las distintas investigaciones, mi tarea hubiese sido mucho más ardua y difícil!!! ¡¡¡ Gracias por allanarme el camino!!!





                     María Adela Pon