… y en septiembre el colegio se sigue
vistiendo de fiesta.
No recuerdo exactamente al año, pero estimo
que fue alrededor de 1974 porque me parece que ya no concurrían varones, cuando
concebimos la idea de buscar un acontecimiento que nos uniera a los alumnos,
docentes, personal administrativo, ordenanzas… desde otro lugar. Un evento para
el disfrute, para reírnos juntos, para jugar, y así elegimos… un día de septiembre, precisamente para
festejar el día del estudiante,
celebración que en nuestro país es el 21 de septiembre y, si bien
coincide con el día de la primavera, la verdadera razón de la elección de esa
fecha es que en ese día de 1888 llegaron a Buenos Aires los restos repatriados
del prócer Domingo Faustino Sarmiento (15 de febrero de 1811- 11 de septiembre de 1888),
quien durante su presidencia fue responsable de la construcción de más de 800
escuelas.
No sé cómo ni
cuándo lo decidimos… pero sí recuerdo cómo resultó. Cada turno lo festejó por
separado y cada uno armó su acto sorpresa de acuerdo a las posibilidades y
disponibilidad horaria de su personal para estar presente en el mismo. Del
turno de la mañana no recuerdo la idea que dio origen al acto, pero en el turno
de la tarde los docentes decidimos hacer en el patio un partido de pelota al
cesto contra los alumnos, pero… disfrazados.
Si bien muchos
detalles del entorno se han borrado también de mi memoria, como por ejemplo si
sólo concurrían mujeres por eso así lo redacto, lo que he grabado de ese día lo
recuerdo con mucha nitidez. Los alumnos reunidos en el patio ignorando para
qué, sólo veían los dos aros colocados y… los docentes ausentes. De golpe aparecimos,
cada uno luciendo el atuendo elegido y dispuestos a ganar el partido. Al vernos
aparecer los chicos se quedaron mudos, no sabían exactamente qué era lo que
estaba pasando… hasta que reaccionaron y las carcajadas resonaron en todo el
colegio. Para mí había elegido vestirme como el personaje del Zorro: con la
capa que me había confeccionado una de
las Hermanas especialmente para tal ocasión, el antifaz, la espada y… un
caballito de madera.
Después de
hacer nuestra presentación acompañados por los aplausos y risas de todo el alumnado,
los invitamos al desafío: un partido con la reglamentación que las mujeres
habitualmente jugaban… partido que por supuesto ganamos porque el árbitro del
partido, el único profesor varón del turno: Ramón Solari, algunas ayuditas nos
dispensó para que así fuese… y tal vez también porque nuestros alumnos seguramente
no se animaron a jugar muy rudo por miedo a lesionarnos.
Y así comenzó
la historia, de un acontecimiento que fue creciendo lentamente…y que ya lleva
casi 40 años.
A partir de ese
primer festejo, comenzamos a redoblar la apuesta, y lo que sólo comenzó con un
simple partido de pelota al cesto se fue transformando poco a poco en
verdaderas obras de teatro, donde la imaginación y la creatividad
hacían de los acontecimientos cotidianos ingeniosas representaciones
humorísticas en las que realidad y fantasía se mezclaban. Los alumnos cada vez
esperaban más ansiosamente ese festejo porque sabían que las chanzas y las
cargadas iban a estar a la orden del día y que seguro dejaríamos al descubierto
esos amores que muy pocos conocían pero que, tras un arduo trabajo de
investigación por parte nuestra, seguro saldrían a la luz. Pero también sabían
que confiadamente podían compartir esos momentos, porque dentro de ese marco de
picardía, siempre iba a estar el respeto, el cariño de sus docentes y la sana intención
de reírnos juntos en un espacio para disfrutar.
En los días
anteriores a la fiesta, el acceso a la sala de profesores estaba estrictamente
prohibido para los alumnos, pero todos estaban atentos cada vez que se habría
esa puerta en los recreos, para ver si podían pispear algo de lo que allí se
estaba tramando. Todos sabían que esa era “el lugar” donde se armaban los
libretos, donde se decidían los atuendos… donde se cocinaba el show.
Los temas más
variados daban el sustento para el nacimiento de la idea, desde la película del
momento, una actividad realizada con anterioridad, los cuentos infantiles, un
conjunto de música de moda… hasta el imaginario de una escena de la
prehistoria, o de un fogón gauchesco, o de un espectáculo circense o de una
obra de Shakespeare.
¡Cómo disfrutábamos en esos momentos de preparación del festejo! Las carcajadas eran moneda
corriente en la sala de profesores durante esos días previos. Nada se dejaba de
tener en cuenta para el evento y cada uno se hacía cargo de aquello para lo
cual tenía más conocimiento, disponibilidad horaria, más facilidad o habilidad para
realizar: la escenografía, el arreglo del salón, la música, las luces, el telón,
la conducción… y los libretos. Todo estaba bien hasta que… había que
aprendérselos…y ahí es donde estaba el escollo más grande, pero teníamos el
recurso ideal para cuando fallaba nuestra memoria, el que manejábamos y
conocíamos a la perfección, nuestro mejor aliado…el arte de la improvisación.
Y así salíamos al ruedo, con muchos nervios y
ansiedad como si fuese la clase más difícil que teníamos que dictar, nervios que
rápidamente se transformaban en regocijo y alegría cuando las primeras carcajadas
comenzaban a resonar en el salón de actos.
Lamentablemente no conservo ninguno de los
libretos, ni fotos de esas fiestas, pero si cierro los ojos sé que muchos de
esos festejos quedaron grabados en mi retina porque los veo como si estuviese viviendo el momento y, al recordarlos,
todavía siento que me envuelven la tibieza de esos aplausos y ese ¡gracias profesora!
que escuchaba en todos los cursos al día siguiente, me sigue llenando de gozo y
dibujando en mi rostro una sonrisa.
Hace casi cuarenta años y alumnos, docentes,
ordenanzas, personal administrativo, autoridades, preceptores… no dejamos de hablar
ni de recordar, tanto los que nos fuimos como los que están, del festejo del
día del estudiante. Él lleva el sello inequívoco del Instituto, y se mantiene a pesar del tiempo transcurrido,
los recambios del personal, las características de los adolescentes, los modos
de relacionarse entre los miembros de la comunidad educativa, las distintas formas
de comunicación por los avances tecnológicos… porque conserva el espíritu de su
nacimiento: ser un espacio para jugar, divertirse y disfrutar con el otro, un
espacio de conocimiento y encuentro para estrechar los
vínculos y crear los lazos fraternos más allá del ámbito del aula.
¿Cuál es el secreto de su permanencia? Tal vez
no haya ningún secreto… simplemente haber puesto para realizar cada uno de los
festejos, el mismo empeño, la misma dedicación y los mismos esfuerzos que
poníamos para estar dentro del aula, porque aunque estábamos compartiendo desde
otro ángulo, teníamos bien en claro que era nada más que una faceta distinta pero
complementaria de un mismo proceso, de un mismo proyecto, de un mismo sueño, de una misma vocación.
María Adela Pon
Si te interesa conocer más sobre "esos momentos" tan especiales que marcaron nuestro transitar por el Instituto, te sugiero otros escritos del blog como Y... se vino la respuesta, Hace casi cuarenta años..., Un recuerdo... un anhelo... y un adiós, 30 años en un poema
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