Y como no podía ser de otra manera los
alumnos también... Hace casi cuarenta años… nos dieron su respuesta.
José Manuel Estrada (Buenos Aires, Argentina, 13 de julio de 1842 - Asunción, Paraguay, 17 de septiembre de 1894) fue un escritor y político argentino, eminente orador, representante del pensamiento católico. En conmemoración de su muerte, el día 17 de septiembre en la República Argentina se conmemora el día del Profesor… y ese fue el día elegido por nuestros alumnos para agasajarnos todos los años.
Este festejo tampoco recuerdo cuándo empezó…
sólo que fue durante la Rectoría de la Hna Paulina y como respuesta de nuestra
iniciativa de agasajarlos para el día del estudiante. Y acá los papeles se invirtieron…
cuando comenzaba septiembre los ansiosos por saber qué se estaba tramando en
las aulas… éramos todo el personal.
Y comenzábamos las investigaciones pero…
siempre sin resultado… nada se filtraba… sólo intuíamos que éramos observados
dentro de las aulas con más insistencia, o sorprendíamos miradas cómplices
entre algunos alumnos o esas sonrisitas que presagiaban la cargada.
Organizar la fiesta no les era nada sencillo
a los chicos… muchos cursos y todos querían intervenir… muchos docentes
compartiendo los mismos cursos y había que dosificar a quiénes se iban a
referir en cada sketch… y había que repartir las otras tareas inherentes a este
evento.
Poco a poco, y a medida que fue pasando el
tiempo la organización se fue perfeccionando. La idea central partía de los
cursos superiores, se realizaba la participación a cada curso y los mismos
presentaban bosquejos de lo que querían hacer. Se hacía la compaginación, se
armaban los libretos definitivos… y las Directoras de Estudios de cada turno
eran las encargadas de supervisar tanto los libretos como los ensayos.
Aproximándose la fecha, los que teníamos
hijos en el colegio, en primaria o secundaria, empezábamos a notar que de nuestros placares siempre algo
desaparecía… no teníamos mucho que pensar… seguro que el 17 de septiembre
alguien aparecería luciendo lo que nos faltaba.
Cuando llegaba el día indicado, éramos agasajados
desde que entrábamos a la sala de profesores… adornos por todos lados, frases
en el pizarrón…y el clima de fiesta se acentuaba cuando nos preparábamos para
entrar al salón. Todos entrábamos en orden, generalmente nos hacían formar fila
y nos acompañaban a nuestros asientos y una vez que estábamos todos ubicados…
comenzaba la acción.
Siempre se las ingeniaban para hacer
resaltar aquellos rasgos más característicos de nuestra personalidad o de
nuestra forma de actuar o que nos identificaban perfectamente. Los más
veteranos en la escuela ya sabíamos a qué iban a apuntar… y no nos
equivocábamos… pero todos esperábamos ese mimo… de alguna manera el vernos
representados en el escenario significaba nada menos que eso… un mimo para el
alma.
Quizá un aspecto trascendente de esta fiesta
residía en el hecho de que todos nos sentíamos convocados para ser
homenajeados, sin importar qué cargo o tarea desempeñábamos… los alumnos sólo
necesitaban recordar para tenernos en cuenta para el agasajo… que estábamos con ellos… que compartíamos
muchas horas juntos... que conocíamos sus historias de vida… que contaban con
nosotros no solamente en las aulas… que estábamos presentes tras los muros del
colegio acompañando su caminar. Eran verdaderos y gratificantes momentos para los encuentros,
tal vez por eso... hace casi cuarenta años que comenzamos los
festejos y alumnos, docentes, ordenanzas, personal administrativo, autoridades,
preceptores no podemos dejar de hablar ni de recordarlos cada vez que nos
reunimos… y siguen presentes animando la vida del colegio y enriqueciendo la
convivencia en fraternidad.
Pero el festejo no terminaba en el salón… para
finalizar el día, generalmente los alumnos de quinto año (último del ciclo) nos
agasajaban con tortas y brindis. Y para mí ese era un momento muy especial... porque de alguna manera sentía que se iniciaba la
despedida… allí comenzaban a aflorar las palabras y los recuerdos... era el primero de los últimos momentos de intimidad en el cual nos
decíamos adiós en comunidad. Al menos yo así lo vivía… los conocía desde primer
año, los había visto crecer… y los estaba empezando a ver volar.
Lamentablemente de
estos actos no conservo ni fotos ni recuerdos… sólo los que quedaron en mi
memoria… junto a ese suave y dulce perfume impregnado de agradecimiento que siempre sentí
que emanaba de ellos… y que invade el ambiente donde me encuentro cada vez que
los evoco.
María Adela Pon
Si te interesa conocer más sobre "esos momentos" tan especiales que marcaron nuestro transitar por el Instituto, te sugiero otros escritos del blog como Hace casi cuarenta años..., Un recuerdo... un anhelo... y un adiós, 30 años en un poema
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