Sobre la Cruz de San Francisco y Santa Clara en San Damián de Asís
conocí muy poco, en cuanto a la
descripción pero no en cuanto a su conexión con ellos, durante unos cuantos
años de mi permanencia en el Instituto. Sabía que estaba en la Iglesia de San
Damián y lo recordaba sobre todo cuando escuchaba la canción “Francisco, repara
mi Iglesia” referida al pedido de Dios a Francisco en esa ermita, lo que
ocurría especialmente cuando se acercaba el 4 de Octubre. La letra de la misma dice así:
“Francisco, repara mi Iglesia”
"La Iglesia se está cayendo, ya ves,
sus muros rotos
están".
Así habló a Francisco el Señor
en la ermita de San Damián.
"Yo puedo cerrar sus grietas, Señor
mis manos te ayudarán.
Verás que limpia y hermosa estará
nuestra ermita de San Damián.”
IGLESIA HUMANA
Y DIVINA A LA VEZ,
QUE EN LUZ Y SOMBRAS LA VES.
VIVIENDO EL EVANGELIO
MÁS POBRE Y LIBRE HAS DE SER (2).
La Iglesia que
nos preocupa no es
de piedra ni es
material.
La Iglesia somos los hombres y Dios,
no la ermita de San Damián.
Queriendo ser hoy mejores que ayer
la vamos a reparar,
cumpliendo lo que le Señor nos pidió
en la ermita de San Damián.
El autor de esta
canción es Cesáreo Gabaráin (1936-1991)
un sacerdote, humanista y compositor español. Se destacó como compositor de
canciones de misa de gran éxito, con las que recibió un disco de oro. Entre sus
temas: Pescador de hombres, Una espiga dorada por el sol, Hoy Señor te
damos gracias o Vienen con Alegría.
Si bien sabía que el proceso de conversión de San Francisco fue largo, que su gran preocupación era conocer la voluntad de Dios,
saber lo que Dios le pedía, y acertar el rumbo que debía emprender, para lo que
recurría a la oración y así un día entró en la Iglesia y se
puso a orar fervorosamente ante la imagen del Crucificado, sin embargo por mucho tiempo contemplé la Cruz sin
prestarle demasiada atención y por supuesto sin indagar sobre el significado de
lo que allí estaba pintado.
Pero un día… Silvia
Aranguren, una de mis compañeras de área y profesora de Computación, me trajo
de regalo esa Cruz desde Asís y recién allí me puse a investigar sobre ella. La
tengo en mi dormitorio junto a otra cruz que era de mis padres y que me
acompaña desde que mi madre se fue a vivir bajo otro cielo.
Historia de este Crucifijo:
El crucifijo de San Damián es un icono
de Cristo glorioso, representa al Cristo Resucitado. Un icono, es decir, un
elemento religioso, pintura, hecha especialmente para contemplar. Quien
contempla ve en la imagen, la historia narrada sin palabras, lleno cada detalle
de simbolismos; describe las escenas que presenciaron los personajes: la Pasión,
la Resurrección y la Ascensión. Resalta la figura central de Cristo, y de los
personajes bajo sus brazos, más grandes que todos los demás, todos colocados
sobre un fondo o cuadro dorado.
El ícono fue pintado sobre tela, poco
después del 1100 (siglo XII), y luego pegado sobre madera y sería
obra de un artista desconocido de Espoleto. Los
estudios iconográficos sobre el origen y la evolución del crucifijo en el arte,
así como la relación de los principales crucifijos anteriores al tiempo de San
Francisco, indican con toda claridad que el Crucifijo de San Damián es de tipo sirio,
influenciado por el arte bizantino, a la vez que una obra netamente
umbra, como lo demuestra su fina ejecución. Esta cruz, de 2,10 m de alto por 1,30 m de ancho, fue realizada para la
iglesita de San Damián, de Asís.
Descripción de este ícono:
El Señor no aparece allí
con el sufrimiento de la crucifixión, lo que está en la cruz de San Damián es
“el Resucitado”, el Cristo de la cruz está viviente, erguido,
sale de la Cruz, sobre su cabeza no hay una corona de
espinas, sino una corona de gloria, en la cual encontramos las líneas de
la cruz. Esta corona o halo brilla, con la cruz indicada en líneas, es luminoso
porque ha vencido la muerte.
La posición de Jesús
significa que es el centro del mundo y sus brazos
tienen un gesto de acogida: abrazan el universo y recibe a todos.
En los extremos derecho e izquierdo de sus
brazos, se ven las mujeres que
vuelven del sepulcro el día de Pascua. En ambos extremos, debajo de los brazos
del Crucificado, se pueden observar a dos Ángeles que conversan alegres
señalando con sus manos al Señor. Se trata de los Ángeles de Dios que hablan de
la Resurrección de Cristo a todos los creyentes de todos los tiempos.
A los costados de Cristo hay cinco
personajes íntimamente unidos a Él. Según el Evangelio de San Juan: "Junto a la cruz de Jesús estaban su madre,
la hermana de su madre María la mujer de Cleofás y María Magdalena" (Jn
19,25). María y el apóstol San Juan están a la izquierda de Cristo y a los pies de María, hay un personaje más pequeño:
Longino un soldado romano con su lanza. A la
derecha están María Magdalena, María la madre de Santiago el menor y el centurión romano que estuvo frente a Cristo. Sobre
el hombro de este centurión se puede ver un rostro, muy probablemente el
autorretrato del artista anónimo que pintó esta cruz, y a sus pies hay un
hombre que se burla del Señor.
En primer lugar, de abajo arriba, una inscripción sobre una línea roja y
otra negra, con las palabras: "IHS
NAZARE" y debajo: "REX IVDEORV", "Jesús Nazareno, el Rey de los judíos",
según el Evangelio de San Juan (Jn 19,19).
Sobre la cabeza del Crucificado y dentro de
un círculo de rojo intenso, se ve al Señor que asciende al cielo llevando en su mano izquierda una cruz dorada; diez ángeles, que expresan alegría lo rodean y los dos ángeles
centrales extienden sus alas sobre él.
Arriba, en lo más alto de la cruz, en un semicírculo,
está representada la mano de Dios Padre mediante una mano con dos dedos extendidos.
En el pie de la cruz, a la derecha, hay dos personajes: Pedro, con una
llave, y Pablo. Debía haber otros. El tiempo los ha borrado. Eran, quizá, santos
del Antiguo Testamento, o San Damián, patrono de esa iglesita, tal vez también
San Rufino, patrono de la catedral de Asís. La sangre de las llagas se difunde
sobre ellos y los purifica. Sobre Pedro, a media altura frente a la pierna
izquierda de Cristo aparece un gallo, apenas
visible, el cual recuerda que “alguien” que estaba muy seguro de creer en el
Señor, lo negó tres veces antes de que el gallo cantara.
En una de las fuentes que consulté para
realizar este escrito sobre datos que conocía pero que debía corroborar,
encontré estas reflexiones escritas por MORICEAU, Richard, O.F.M.Cap., El Cristo de San Damián. Descripción del icono,
en Selecciones de Franciscanismo Vol. XVI, núm. 46 (1987) 45-51. - que deseo consignar y compartir.
“Quien la pintó, no sospechaba la importancia
que esta cruz iba a tener hoy para nosotros. En ella expresa toda la fe de la
Iglesia. Quiere hacer visible lo invisible. Quiere adentrarnos, a través y más
allá de la imagen, los colores, la belleza, en el misterio de Dios.
El de San
Damián es, se dice, el crucifijo más difundido del mundo. Es un tesoro para la
familia franciscana. A lo largo de siglos y generaciones, hermanos y hermanas
de la familia franciscana se han postrado ante este crucifijo, implorando luz
para cumplir su misión en la Iglesia.
El Cristo
de San Damián contiene una asombrosa
densidad teológica. En él encontramos la evocación del Misterio Trinitario y la
plenitud de Cristo, encarnado, muerto y resucitado. Unido a los suyos en el
cielo por la Ascensión, sigue permanentemente vuelto hacia nosotros. Su Misión
es salvarnos a todos. Estamos ante el Misterio Pascual total. Cristo no está
solo sobre la cruz. Está en medio de un pueblo, simbolizado en los personajes
que lo rodean y atestiguan su resurrección.”
¿Por qué fue tan importante esta
Cruz para San Francisco?
Según el Relato de San Buenaventura (LM 2,1) “Salió un día Francisco al campo a meditar,
y al pasear junto a la iglesia de San Damián, cuya vetusta fábrica amenazaba
ruina, entró en ella -movido por el Espíritu- a hacer oración; y mientras oraba
postrado ante la imagen del Crucificado, de pronto se sintió inundado de una
gran consolación espiritual. Fijó sus ojos, arrasados en lágrimas, en la cruz
del Señor, y he aquí que oyó con sus oídos corporales una voz procedente de la
misma cruz que le dijo tres veces: "¡Francisco, vete y repara mi casa, que, como
ves, está a punto de arruinarse toda ella!" Quedó estremecido Francisco, pues
estaba solo en la iglesia, al percibir voz tan maravillosa, y, sintiendo en su
corazón el poder de la palabra divina, fue arrebatado en éxtasis. Vuelto en sí,
se dispone a obedecer, y concentra todo su esfuerzo en la decisión de reparar
materialmente la iglesia.”
La mayoría de los testimonios de los
manuscritos sitúan este hecho en el verano de 1205 y dicen que fue entonces
cuando Francisco recitó una oración como respuesta al mandato que acababa de
recibir.
“ A lo
largo de siglos y generaciones, hermanos y hermanas de la familia franciscana
se han postrado ante este crucifijo, implorando luz para cumplir su misión en
la Iglesia.
Tras de ellos, y siguiendo su ejemplo, incorporémonos
a la mirada de Francisco y Clara. ¡Si este Cristo nos hablara también hoy a
nosotros! Orémosle. Escuchémosle.
Dirijámonos
a él con las mismas palabras de Francisco:
Sumo,
glorioso Dios,
ilumina las tinieblas de mi corazón
y dame fe recta,
esperanza cierta y caridad perfecta,
sentido y conocimiento, Señor,
para que cumpla
tu santo y verdadero mandamiento.
Francisco miró, interrogó con
detención a este crucifijo. Y se le convirtió en camino que lo condujo a la
contemplación de su Señor. Fue el punto de partida de su Misión: "Ve y repara
mi Iglesia".
Francisco,
además, siempre se dejó educar por cuanto veía (la creación, los leprosos, sus
hermanos...). ¿No aprendió mucho demorando con frecuencia su mirada reposada
sobre este icono?
Su biógrafo
Celano dice que este Cristo habló a Francisco. Ahora podemos comprender mejor
el sentido de esta frase y dejarnos captar por Cristo, para participar también
en la construcción de la Iglesia, tras las huellas de Francisco.
¡Que esta
meditación nos ayude a amar al Crucifijo de San Damián, a este ICONO!”. MORICEAU, Richard, O.F.M.Cap., El Cristo de San Damián. Descripción del icono,
en Selecciones de Franciscanismo Vol. XVI, núm. 46 (1987) 45-51.
A esta Cruz nunca la había
visto en el Altar Mayor de ninguna de las Iglesias que había visitado en mis
viajes por la República Argentina; hasta que en la ciudad de Mendoza, Capital,
llegué hasta la Basílica de San Francisco y cuán fue mi sorpresa y emoción, al
encontrarme con este ícono presidiendo el Altar Mayor. Seguramente fue un regalo que Dios quería
hacerme, porque unos años después volví a entrar a esa Basílica y cuán fue mi sorpresa
al no encontrarla. Pregunté a los fieles presentes pero ninguno me supo
responder ni tampoco recordaban que el Altar se hubiese modificado. Comencé a
pensar en qué momento había entrado por primera vez a la Basílica y recordé que
había coincidido con los festejos del Bicentenario de nuestra Patria… y la
Virgen del Carmen de Cuyo que ahora veía en lugar de la Cruz, estaba en un
costado del Altar en un arreglo especial conmemorando la gesta Sanmartiniana ya
que la Iglesia no sólo alberga la imagen de la Virgen del Carmen de Cuyo,
Patrona y Generala del Ejército de los Andes, sino también el bastón de mando
del General José de San Martín y el
mausoleo donde descansan los restos de Mercedes Tomasa San Martín y Escalada,
su esposo, Mariano Severo Balcarce y una de sus hijas, María Mercedes Balcarce
y San Martín.
Así contemplé el Altar Mayor de
la Basílica en Mayo del 2010
“El Crucifijo parece decir a
Francisco: "Después de los largos meses de búsqueda y espera, en los que te has
preparado con la oración y la victoria sobre ti (beso al leproso), ahora te
mando: ¡Anda! ¡Emprende la marcha que te hará seguir mis
huellas a través de los caminos del mundo y te introducirá un día en la misma gloria
que el Padre me ha dado a mí!".
En su Testamento, Clara
refiere que Francisco reparó la iglesita de San Damián, "en la que -añade-
había experimentado plenamente el consuelo divino y se había sentido impulsado
al abandono total del siglo...". Para Clara, el encuentro con el Crucifijo de
San Damián es el momento del consuelo divino.
El "¡anda!"
que le dirige el Crucifijo a Francisco no tendrá pausa, y al envío seguirá la
itinerancia. Pero un día le asalta a Francisco la duda y no sabe si debe
continuar predicando o, más bien, dedicarse a la contemplación. Pide consejo a
Clara, y ésta recoge de labios del Crucifijo de San Damián la respuesta que
debe transmitirle a Francisco y que no podía ser otra que la recibida aquella
primera vez: "¡Francisco, anda...!" Y el Santo reemprende la
marcha, recomienza su tarea de Heraldo del Gran Rey, anunciando a todos la
Buena Noticia (cf. LM 12,2; Flor 16).
El Crucifijo de San Damián es
una escuela de alegría que nos revela la pedagogía de Dios. No se trata de eliminar la
Cruz, que está de hecho bien representada en el Crucifijo, al igual que las
llagas de las manos y los pies de Jesús, sino de develar la meta a la que
conduce el seguimiento de Cristo. Esto
es algo que Francisco y Clara no olvidaron nunca y que enseñaron con su
ejemplo, su palaba y sus escritos.” MANDELLI,
Sor María, O.S.C., El Crucifijo gozoso, en Selecciones
de Franciscanismo Vol. XVII, núm. 51 (1988) 425-428.
¡La Cruz de San Damián… el ícono del Encuentro... el
punto de partida de la Misión de Francisco... el Crucifijo del
consuelo divino y escuela de alegría!