Para iniciar este escrito no hace falta decir nada más….
creo que en el poema expreso todo lo que
quiero evocar de este lugar tan
convocante. Quien ha trabajado en el Colegio… sabe de lo que estoy hablando. No
hay más palabras para agregar, sólo que la apreciación de las vivencias,
dependerá de las tareas que cada uno haya desempeñado y de los otros espacios
que se pudieran compartir, pero este espacio era el favorito… el elegido...
el de los secretos...
El lugar de los encuentros
Como iniciando el camino
al estudio y convivencia,
apenas entrando al túnel…
había un lugar preferido,
muy alegre y luminoso,
fascinante … y exclusivo.
Desde la entrada nos envolvían
sonidos cautivadores,
que mágicamente nos prometían
momentos muy especiales,
en ese sitio atrapante…
¡la sala de profesores!
Era la cocina del Cristo,
el lugar de los encuentros
para las manos tendidas
y los oídos atentos.
El espacio ideal…
para hablar con el amigo,
para aprender las recetas,
para charlar de los hijos,
para jugar como niños
o planificar las fiestas.
Ningún tema era excluyente:
los alumnos, los amores,
los roces circunstanciales,
las noticias, los rumores,
las planificaciones, las notas,
los problemas salariales,
y
hasta los varones, que eran pocos,
aprendieron a cambiar pañales.
Todos esperábamos ansiosos
que el timbre nos convocara,
sabíamos que el cafecito
en esa sala esperaba.
Las ordenanzas en los termos
siempre a punto lo llevaban
porque era el regalo del día
con que ellas nos mimaban.
Siempre había un motivo
para iniciar una charla:
un casamiento en pocos días,
la construcción de la casa,
la enfermedad de los hijos
o el proyecto que se afianza.
El tiempo que se vuelve escaso
para corregir los exámenes,
el lavarropas que no anda,
el dinero que no alcanza.
Muchas veces fue testigo
de extensas reuniones de área
para establecer el rumbo
planificando estrategias,
explorando soluciones
para ese curso difícil,
propiciando siempre el diálogo
buscando las coincidencias.
Entre esas cuatro paredes
entrelazamos las manos
para zanjar diferencias,
para llenarnos de calma,
para luchar por los sueños,
para arroparnos el alma.
Su seducción aún perdura
con sus sonidos inquietos,
tal vez… porque esa sala sea
la que protege los secretos
de esa comunidad que construimos
con entrega, ganas y esfuerzos.
Ella esconde en sus rincones
las marcas de nuestras penas,
sabe de nuestras alegrías
y también de los problemas.
Nadie como ella atesora
las lágrimas derramadas,
y esos sanadores momentos
de reírse a carcajadas.
Es la que custodia las huellas
que allí dejamos grabadas,
porque allí entretejimos vidas
porque allí anudamos lazos,
porque ella conoce la historia
… la historia de nuestros pasos.
María Adela Pon